- “𝐄𝐥 𝐚𝐭𝐚𝐪𝐮𝐞 𝐩𝐫𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐢𝐯𝐨 𝐝𝐞 𝐈𝐬𝐫𝐚𝐞𝐥 𝐟𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐚 𝐈𝐫𝐚́𝐧: 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐚𝐦𝐞𝐧𝐚𝐳𝐚 𝐧𝐮𝐜𝐥𝐞𝐚𝐫 𝐲 𝐞𝐥 𝐦𝐚𝐫𝐜𝐨 𝐥𝐞𝐠𝐚𝐥”
En tiempos de crisis, la línea que separa la legítima defensa de la agresión preventiva puede volverse difusa, peligrosa... incluso irreparable. Y ante la creciente tensión entre Israel e Irán, cabe preguntarse: ¿puede Israel justificar un ataque preventivo contra la República Islámica, apelando a su derecho a la legítima defensa frente a la amenaza nuclear iraní? ¿Sería legal —o legítimo— intentar derrocar al régimen de los ayatolás, considerando el principio de autodeterminación de los pueblos? Y, en última instancia, ¿respaldaría el pueblo iraní una intervención extranjera en su territorio? Estas preguntas nos exigen revisar a fondo el derecho internacional, la soberanía nacional y las implicaciones éticas de actuar en nombre de la seguridad.
Desde la óptica israelí, la amenaza iraní es existencial. Líderes del régimen teocrático han expresado abiertamente su intención de destruir al Estado israelí, y su programa nuclear genera profunda inquietud. Israel sostiene que no puede esperar a ser atacado con un arma nuclear para ejercer su defensa. Sin embargo, 𝐞𝐥 𝐝𝐞𝐫𝐞𝐜𝐡𝐨 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐧𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐥 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐛𝐚𝐬𝐚 𝐞𝐧 𝐭𝐞𝐦𝐨𝐫𝐞𝐬, 𝐬𝐢𝐧𝐨 𝐞𝐧 𝐧𝐨𝐫𝐦𝐚𝐬. Y esas normas —encabezadas por la Carta de las Naciones Unidas— sólo autorizan el uso de la fuerza en caso de ataque armado o con autorización expresa del Consejo de Seguridad.
La idea del “ataque preventivo”, impulsada en tiempos recientes por potencias como Estados Unidos durante la invasión a Irak, 𝐜𝐚𝐫𝐞𝐜𝐞 𝐝𝐞 𝐥𝐞𝐠𝐢𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐣𝐮𝐫𝐢́𝐝𝐢𝐜𝐚 . La simple sospecha de que un país desarrolla capacidad ofensiva no es suficiente para justificar el bombardeo de instalaciones o la eliminación de autoridades. Aceptar esa lógica implicaría legitimar un mundo donde cualquiera puede atacar al otro en nombre del miedo.
Pero no sólo se trata de normas internacionales: está también 𝐞𝐥 𝐩𝐫𝐢𝐧𝐜𝐢𝐩𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐚𝐮𝐭𝐨𝐝𝐞𝐭𝐞𝐫𝐦𝐢𝐧𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐮𝐞𝐛𝐥𝐨𝐬. Por más que el régimen iraní sea autoritario y represivo —y lo es—, ningún país tiene derecho a intervenir militarmente para transformarlo. Mucho menos Israel, cuya intervención sería vista como una agresión histórica y estratégica. La autodeterminación no se otorga, se ejerce. Y sólo el pueblo iraní tiene el derecho —y el desafío— de derribar su propio régimen, sin que la justicia sea sustituida por misiles ajenos.
¿Está dispuesto el pueblo iraní a aceptar un ataque israelí como vía de liberación? Difícilmente. Aunque crecen las protestas internas, el nacionalismo, el orgullo cultural y el rechazo a la injerencia extranjera siguen siendo poderosos. Una ofensiva militar externa podría reforzar aún más al régimen, dándole pretexto para recrudecer la represión en nombre de la defensa nacional.
En este tablero volátil, Estados Unidos aparece como actor decisivo. Aunque ha respaldado a Israel, no ha mostrado intención clara de entrar en guerra directa con Irán. Pero el riesgo de una escalada no es menor. Una chispa mal calculada podría incendiar no solo Medio Oriente, sino los principios más básicos del orden internacional.
Israel tiene razones legítimas para estar preocupado. El pueblo iraní tiene sobradas razones para querer un cambio. Pero 𝐧𝐢 𝐥𝐚 𝐬𝐞𝐠𝐮𝐫𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞 𝐢𝐦𝐩𝐨𝐧𝐞𝐫𝐬𝐞 𝐯𝐢𝐨𝐥𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐥 𝐝𝐞𝐫𝐞𝐜𝐡𝐨, 𝐧𝐢 𝐥𝐚 𝐣𝐮𝐬𝐭𝐢𝐜𝐢𝐚 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞 𝐧𝐚𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞𝐬𝐝𝐞 𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐦𝐢𝐬𝐢𝐥.
𝐿𝑎 ℎ𝑖𝑠𝑡𝑜𝑟𝑖𝑎 𝑦𝑎 ℎ𝑎 𝑑𝑒𝑚𝑜𝑠𝑡𝑟𝑎𝑑𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑙𝑜𝑠 𝑝𝑟𝑖𝑛𝑐𝑖𝑝𝑖𝑜𝑠 𝑠𝑒 𝑎𝑏𝑎𝑛𝑑𝑜𝑛𝑎𝑛 𝑒𝑛 𝑛𝑜𝑚𝑏𝑟𝑒 𝑑𝑒𝑙 𝑚𝑖𝑒𝑑𝑜, 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑖𝑔𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑙𝑎 𝑝𝑎𝑧... 𝑠𝑖𝑛𝑜 𝑒𝑙 𝑐𝑎𝑜𝑠.