Inestabilidad mundial. Obama, la gran esperanza, recibe el Nobel de la Paz y justifica la guerra. Afganistán empeora. El desafío nuclear iraní despunta como el conflicto central de 2010. La voz de las potencias emergentes como China y Brasil cada vez se oye más, mientras que Europa sigue sin encontrar su sitio. África continúa en el olvido.
Afganistán ya es la guerra de Obama. Del desenlace dependerá el juicio a su presidencia.
Clemenceau en 1917: "La guerra es una serie de desgracias hasta que llega la victoria".
Washington pedía ayuda para hacer frente a los nuevos desafíos. La superpotencia se sentía aún imprescindible, pero sabía que ya no era suficiente para afrontar la crisis, el terrorismo, la proliferación nuclear o el cambio climático. Si era necesario hablar con el enemigo, se hablaría.
Caso aparte es Irán. El desafío nuclear de los ayatolás reúne todos los ingredientes para convertirse en el conflicto central de 2010.
Infancia entre fusiles
27-12-2009Un niño camina entre un grupo de "marines" del 2º Batallón del 8º Regimiento que patrullan con soldados afganos en la provincia de Helmand."Me recuerda a un gran maestro de ajedrez que ha empezado seis partidas simultáneas pero que no ha terminado ninguna. Me gustaría verle acabar alguna". Estas palabras de Henry Kissinger sobre Barack Obama resumen el estado de ánimo de buena parte de la opinión pública mundial a finales de 2009. El atractivo y carismático presidente de EE UU, el hombre que había llegado al poder subido en una ola de esperanza y deseo de cambio, elevado por el público a una categoría sobrehumana, parecía concluir su primer año en la Casa Blanca con pocos triunfos.
Hace un año, más de dos millones de personas se concentraron en Washington para asistir a la toma de posesión del primer presidente negro. Aquel frío 20 de enero, un país desmoralizado por ocho años de Bush escuchó a Obama pronunciar estas palabras:
"Nuestro poder por sí solo no puede protegernos ni nos da el derecho a actuar como nos dé la gana. Nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa y de la fuerza de nuestro ejemplo".
Meses más tarde, en abril, Obama declaró en Praga "el compromiso de EE UU de buscar la paz y la seguridad en un mundo sin armas nucleares". En junio, en El Cairo, aseguró: "Estados Unidos no está en guerra con el islam. El islam es parte de América". Nunca ningún líder europeo había llegado tan lejos. Y en septiembre, ante la Asamblea General de la ONU, advirtió: "Aquellos que criticaban a EE UU por actuar solo en el mundo no pueden ahora hacerse a un lado y esperar a que EE UU resuelva solo los problemas del mundo".
El mundo estaba en plena transformación, y países como China, India o Brasil tenían mucho que decir y estaban allí para quedarse. En el caso del Brasil de Lula da Silva, además, por primera vez en la historia una nación de América Latina exhibe sin complejos sus ambiciones globales.
Estados Unidos necesitaba acabar dos guerras (Afganistán e Irak), impedir que Irán y Corea del Norte se convirtieran en potencias nucleares e impulsar el proceso de paz en Oriente Próximo. Una tarea hercúlea que los críticos del presidente no dudaron en dar por fracasada a los once meses.
Sin embargo, una de esas aperturas de las que hablaba Kissinger empezaba a finales de año a dar resultado. Obama ofreció a Rusia, la vieja rival, un nuevo comienzo, poniendo el contador a cero en sus relaciones. Renunció a instalar el sistema de defensa antimisiles en Centroeuropa y avanzó en las conversaciones de desarme nuclear con la firma prevista de un nuevo tratado que sustituye al START y prevé la mayor reducción de arsenales atómicos de la historia. A cambio, el Kremlin se sumaba a la presión de Occidente contra las ambiciones nucleares de Irán.
Otra iniciativa, quizá más trascendente, fue el viaje realizado a China en otoño, algo inédito en el primer año de mandato de un presidente norteamericano. Cuatro días de visita a los grandes acreedores de EE UU y tercera potencia económica mundial. China también sufrió los zarpazos de la crisis global, poniendo en cuestión la creación de prosperidad, única fuente de legitimidad del régimen comunista. Además, Pekín tuvo que hacer frente a fuertes tensiones étnicas en las regiones de Xinjiang –hogar de la minoría musulmana uigur– y Tíbet y a las frecuentes protestas por la corrupción de los funcionarios y las injusticias sociales.
Pero la verdadera prueba de fuego era Afganistán. Más aún, era
Af-Pak (1), la fórmula con la que políticos y comentaristas resumían el nudo gordiano que une el territorio de los talibanes con Pakistán, la única y siempre inestable potencia nuclear del mundo islámico, convulsionada por constantes atentados terroristas.
Irak ya no era una emergencia. Se encontraba en un proceso de estabilización, la violencia se había reducido significativamente y se disponía a celebrar a comienzos de 2010 las elecciones probablemente más democráticas del mundo árabe. En cierta forma, Irak confirmaba las palabras de Clemenceau en 1917: "La guerra es una serie de desgracias hasta que llega la victoria".
Claro que no estamos en 1917 y ya nadie cree en la victoria. Se habla de éxito, y por tal se entiende el conseguir un mínimo tolerable de tragedia. Sobre todo en Afganistán, cuya situación fue deteriorándose a pasos agigantados. A más atentados, más muertes de civiles y de soldados extranjeros, mayor territorio controlado por la insurgencia talibán y nuevos récords en la producción de opio, se añadió un colosal fiasco electoral.
El tiempo dirá si el plan funciona, pero Afganistán ya es la guerra de Obama, y su resultado será decisivo para el juicio que la historia haga de su presidencia. Sus planes de reforma, sobre todo la sanitaria, una auténtica revolución social, en la que ha invertido gran parte de su capital político, y que a finales de año aún esperaba la aprobación del Senado, podrían verse arruinados en una reedición, esta vez a una escala mucho más decepcionante, de lo ocurrido al presidente Johnson con Vietnam.
La situación parecía aún más estancada en Oriente Próximo. El año empezó con la invasión israelí de Gaza en una operación militar de represalia por la incesante lluvia de cohetes disparados por Hamás sobre su territorio. La ofensiva, además de centenares de muertos y la crítica generalizada al uso desproporcionado de la fuerza por parte de Israel, facilitó la vuelta al Gobierno del halcón Benjamín Netanyahu. Ni media docena de viajes del enviado especial de Washington a la región ni las giras de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ni su entrevista en la Casa Blanca
con Obama sirvieron para vencer su inflexibilidad
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Caso aparte es Irán. El desafío nuclear de los ayatolás reúne todos los ingredientes para convertirse en el conflicto central de 2010. La mano tendida de EE UU se encontró con el puño cerrado de Teherán, que siguió adelante con su programa de enriquecimiento de uranio colmando la paciencia de la comunidad internacional. Pero el régimen iraní estaba herido políticamente. El fraude electoral del 12 de junio desató una revolución democrática en las calles de Teherán y un cisma en la cúpula de la teocracia. El líder supremo, Alí Jamenei, y el presidente, Mahmud Ahmadineyad, resistieron al favorecer la militarización del régimen, acrecentando el poder económico de la Guardia Revolucionaria. En cualquier caso, la República Islámica perdió en verano el halo revolucionario que encandiló a tantos jóvenes musulmanes hace 30 años para convertirse en una dictadura militar más, con su nomenclatura y una brecha generacional insalvable.
En Europa, ocho años perdidos en un intrincado debate institucional, que empezó con el proyecto de Constitución, dieron a luz al final a un ratón político.
Como dijo The Economist, "estamos en un mundo de negociación de coaliciones, cuotas y emboscadas procedimentales. Ahora todos somos belgas".
América Latina soportó bien la crisis, y el duelo entre el modelo populista y autoritario que representaban Chávez y sus aliados bolivarianos y el reformista y democrático que encarnaba el Brasil de Lula o el Chile de Michelle Bachelet se decantaba a favor de estos últimos. Colombia conocía un periodo inédito de seguridad y prosperidad de la mano del presidente Álvaro Uribe, que deshojaba la margarita de presentarse a la reelección aun forzando la Constitución, al tiempo que México se desangraba en una guerra contra el narcotráfico que al final de año había causado más de 10.000 muertos. Argentina perdía relevancia internacional, y la Cuba de Raúl Castro agonizaba en la ruina económica y la cerrazón política.
África, el auténtico continente olvidado, siguió siéndolo un año más, menos para China, que continuó realizando inversiones millonarias en su territorio. Salvo Suráfrica, que se prepara para mostrar sus logros con motivo del Mundial de Fútbol, los titulares los acapararon los Estados fallidos y el fenómeno de la piratería en Somalia.
Obama visitó Ghana en julio y llamó a los africanos a ponerse en pie. Tampoco esta vez sus palabras se convirtieron de inmediato en hechos y está claro que tampoco podrá cumplir su compromiso de cerrar la vergüenza de Guantánamo antes del 20 de enero. Acaba el año y es posible que las promesas del nuevo presidente estadounidense den lugar a una monumental decepción. Pero su fracaso habrá sido el fracaso de todos.
En mi país el politólogo Rodolfo Cerdas nos dice: Combatir la pobreza es, además, una necesidad de Estado, porque mientras subsista, la Costa Rica que alcanzó los niveles más altos de alfabetización a fines del siglo XIX en América y el per cápita más alto del mundo –sí, como se lee: el más alto del mundo–, no podrá construir un sistema republicano de vida, donde democracia y derechos humanos se combinen con la seguridad ciudadana que nos falta y con un modo de vida sencillo, fraternal y humano, que se perdió.
Nuestro mundo cambio y los retos globales están ahí esperando a ver que se resuelve a partir del 2010, dos guerras en Oriente Medio, un Irán nuclear, Israel ejerciendo su dominio en la zona más conflictiva del mundo, una Europa que no despega, África en el limbo del pensamiento global, América Latina sorteando la crisis, Brasil se abre camino entre las potencias emergentes más influyentes y los EEUU de Norte América junto con China, una Rusia en espera de acontecimientos, empezaran a moldear el mapa global, de acuerdo a sus intereses estratégicos, así vamos a esperar al 2010, vamos a ver si en verdad podemos cambiar algo al nuevo año que nos espera dentro de pocos días.
Feliz año nuevo
Créditos: LUIS PRADOS 27/12/2009,Promesas y conflictos que no tienen fin. Rodolfo Cerdas, Ojo Crítico. Costa Rica, Domingo 27 de diciembre de 2009
(1) Af-Pak es el nuevo acrónimo que inventó el gobierno estadunidense para referirse a Afganistán-Pakistán. Su significado es que existen preocupaciones geopolíticas de Estados Unidos que hacen que su estrategia a proseguir impliquen a ambos países simultáneamente, y que no puedan considerarse por separado. Estados Unidos ha enfatizado esta política designando a un solo representante extraordinario para ambos países: Richard Holbrooke.